lunes, 23 de enero de 2012

Jota Journal - Una mañana cualquiera en San Agustín de Guadalix

Como suele ser habitual en esta ruta, el día comienza con una visita al WC de la gasolinera de San Agustín de Guadalix. De paso compro el pan y me tomo un café, vamos lo que se dice "un completo".

Llego al merendero del río y aún me da tiempo a dar una cabezadita, por supuesto, con el motor en marcha para aguantar mejor los 2 grados bajo cero. Poco a poco van llegando los compañeros: Agus y Chule, primero. Desafiantes nos miramos unos a otros a ver quien se baja antes del coche. Después llegaron Eduardo, Miguel Ángel y Juanjo.

Iniciamos los preliminares por una zona suave y sinuosa. Sin apenas darnos cuenta la cosa se va poniendo dura e intensa, lo cual hace subir la temperatura. Chule y yo, entre tro-pezones más propios de la impaciencia que de la inexperiencia, nos distanciamos y, para evitar el calentón, tomamos aire (uno más que otro). Todos nos reajuntamos de nuevo para adentrarnos en el coto. Allí nos desenvolvemos con más soltura: primero por la gran brecha que abre camino a modo de autopista, después bordeando las zonas más escarpadas, y finalmente entre la maleza en su mayor parte recortadita por los, según Agus, suaves labios... vacunos. Entramos en el humedal; to pa nosotros. De apariencia virginal, lo atravesamos contemplando su abrumadora belleza y sin atisbar rastros de otras especies. Desde allí derechitos a la capilla -pensarán algunos-.

Nada más lejos de la realidad. Entre colinas y senderos aparecieron los típicos machitos reclamando el territorio prohibido como propio. Los más coloraos (Juanjo y Miguel Ángel) en cabeza, abriendo paso ante miradas desafiantes, cornamentas más grandes que nunca visibles al otear el horizonte y, sobre todo, excrementos estratégicamente ubicados (que le pregunten a Juanjo), nos hicieron huir a la citada capilla. Si, pero para encomendarnos a... ¿a quién? a una fuerza superior, suprema: la marranil, que por arte de magia nos dio fuerza para sobreponernos y esquivar a las bestias entre piedras, arbustos y troncos. En nuestra huida hacia delante Eduardo fue el más perjudicado dejándose la patilla, y menos mal que no fue otra cosa.

Pero, como a cabezones no nos gana nadie, decidimos regresar por el flanco de atrás para rematar la faena. Allí nos encontramos a otros aficionadillos que casi acaban empalados demostrando que no es más listo el que más corre, sino el que va detrás descojonándose.

Para terminar nos dimos un homenaje de lo más placentero entre cascadas y fluidos, dejándonos llevar al éxtasis que nos esperaba en el merendero.

Reportaje gráfico en:

P.D.: El que piense que este relato tiene una doble lectura verdaderamente está enfermo.

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